La ciudad musulmana está montada sobre la vida privada y el sentido religioso de la existencia,
y de aquí nace su fisonomía .
Su clave nos la dan los versículos 4 y 5 del XLIX del Corán,
llamado el Santuario:
"El interior de tu casa -dice Mahoma- es un santuario: los que lo violen llamándote cuando estás
en él, faltan al respeto que deben al intérprete del cielo. Deben esperar a que salgas de allí: la
decencia lo exige."
Este carácter profundamente religioso de la ciudad islámica transciende a todo, desde
la propia casa impregna todo. Si la ciudad clásica, aristotélica, es la suma de un determinado
número de ciudadanos, la ciudad islámica es la suma de un determinado número de creyentes
(10). El musulmán lleva al extremo la defensa de lo privado, de lo íntimo, y su vida se escinde
en vida privada y vida de relación. No puede, pues, hablarse de una plena vida doméstica, ya que
ésta se halla constitutivamente dividida; tampoco cabe decir que domina la vida publica, como
en la ciudad clásica, ya que existe la vida estrictamente privada.
La vida privada condiciona la organización espacial de la casa musulmana más que
cualquier regla de diseño preestablecido, lo que origina un espacio cerrado al exterior y en la
cual la vista no se penetra jamás. Vagando por las tortuosas callejuelas islámicas, llenas de
recodos y pasadizos, nunca sabemos si bordeamos los muros de un gran palacio o la casa de un
miserable. La vida completamente reclusa, secreta, sin apariencia exterior alguna, da lugar a una
difícil ciudad sin fachadas.Si este principio de intimidad fue reconocido como instaurador del
espacio urbano en la ciudad islámica, comprendemos por qué la casa no abre sus ventanas a la
calle, sino a un espacio interior: el patio; por qué las calles y los callejones de la ciudad son
considerados como espacios residuales, secundarios y no como espacios primordiales, directores
del trazado viario. Comprendemos por qué la ciudad islámica estaba formada de distintos barrios
residenciales agrupados según el factor religioso o étnico donde los cristianos y los judíos solían
vivir en unos barrios determinados y no con los musulmanes porque sus costumbres diferentes
hacían difícil la convivencia con ellos.