
Aunque la caligrafía árabe conoció el caligrama desde antiguo, lo cierto es que en época otomana cobró una nueva autonomía artística al entenderse como cuadro en sí mismo y como forma específica con infinidad de posibilidades. Desde los primeros ensayos figurativos del siglo XVII, artistas de la talla de Raqim, el Miguel Ángel o el Rafael de la caligrafía árabe, como llegó a llamársele, no se contentan con indicar hasta el extremo las posibilidades pictóricas y figurativas de las letras y formas del alifato, sino que dan un salto más y transforman la caligrafía en un instrumento eminentemente figurativo, dando paso a la etapa dorada del caligrama árabe entre los siglos XVIII y XX, no sólo en Turquía, sino inmediatamente después en Irán y en los países árabes contemporáneos. Después de Raqim, al menos, todo calígrafo árabe que se precie ha de incluir en su obra y en su curriculum vitae algún divertimento caligramático, más o menos original, inspirado en sencillos objetos de la naturaleza, humanos o cotidianos. Los más comunes serán aves, u otros animales (leones, camellos, caballos, etc.), frutos, barcos, lámparas, y otra clase de objetos de perfil no demasiado complejo, arquitecturas, rostros y cuerpos humanos en diferentes actitudes.